Friedman se equivocó
Friedman se equivocó
Alexandra Kissling, Presidenta AED
Las empresas y la sociedad no solo deben enfocarse en los resultados financieros y beneficiar a un pequeño número de personas. Aquellos que aún siguen la visión de Milton Friedman (1912-2006), quien decía que las empresas solo tienen que preocuparse por generar utilidades a sus accionistas, por citar uno de los economistas más influyentes del siglo XX, nos condenan a tener sociedades con grandes concentraciones de riqueza e inequidad, y además, sin democracia real.
Ese modelo económico se agotó. La sostenibilidad debe ser el norte y la prioridad de las empresas. Sí, existe su obligación de crear utilidades para los accionistas pero las empresas también deben cumplir al menos dos grandes tareas: ser un buen ciudadano corporativo, lo que significa entre otras cosas, cumplir con las leyes y evitar el fomento de prácticas corruptas; y ser un ciudadano consciente e implicado en el manejo de sus impactos y las huellas ambientales y sociales que genera el negocio, pues ninguna actividad económica está exenta de ellas.
La violencia y la inseguridad, la pobreza y la desigualdad que experimentamos en Costa Rica y en el mundo, limitan la democracia, la libertad para vivir, para expresarse, para producir y trabajar eficientemente y reducen la calidad de vida de la ciudadanía. Si queremos tener sociedades prósperas, que generen crecimiento y desarrollo para sus habitantes, entonces es necesario crear entornos de mayor seguridad y equidad. Para ello, es clave la protección de derechos humanos y el orden social, tener acceso a las necesidades básicas cubiertas, a la salud y a la educación, a la promoción de oportunidades económicas y el respeto y cumplimiento de la ley para lograr construir la confianza, la tolerancia, el respeto y la seguridad que necesita una nación para llevar bienestar a todas las personas sin dejar a nadie atrás.
Los seres humanos somos seres sociales interdependientes que vivimos en un mundo globalizado e interconectado. Lo experimentamos con la pandemia del Covid-19, la guerra entre Ucrania y Rusia, las inundaciones producto del cambio climático, el aumento en el costo de los alimentos y el combustible fósil, y en la huida de miles de personas de sus países en busca de oportunidades. Un informe de la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) advierte que el número de personas desplazadas por la fuerza casi se triplicó entre el 2008 y el 2022, de 31 a 100 millones de personas.
Según el último Índice de Paz Global (IPG, 2021), del Instituto de Economía y Paz (IEP), el coste de la violencia y la falta de paz para la economía global fue de 15.600 millones de euros, alrededor de $17 mil millones. El estado de la paz global se encuentra en el nivel más bajo, por tanto, el mundo es hoy más inestable y violento que a inicios del presente siglo.
El desarrollo económico se favorece en una sociedad estable y no violenta que solo podemos construir en un sistema político democrático que respete la vida y la dignidad humana. Esto es una tarea colectiva.
En su libro “Neto positivo”, Paul Polman, conocido en el mundo corporativo por la transformación que generó en la empresa multinacional Unilever y admirado por trabajar por un futuro sustentable, nos indica que de alcanzar las metas globales crearemos un mundo socialmente justo, ambientalmente seguro, económicamente próspero, globalmente inclusivo, más predecible y resiliente.
Dice Polman: “Los líderes del mañana deben tener un propósito determinado, deben sentirse cómodos con el nivel de transparencia, deben poder trabajar en cooperación, deben ser pensadores sistémicos para poder manejar esta complejidad, pero ante todo hay que ser seres humanos”.
Stephan Schmidtheiny, un filántropo suizo que ha invertido en América Latina para apoyar su desarrollo mediante empresas y organizaciones que fomentan la responsabilidad social y el desarrollo sostenible, asegura que “no pueden existir negocios exitosos en economías fracasadas”. ¿Qué significa hacer negocios de manera responsable, siguiendo a Schmidtheiny?
Es imperativo abordar una transformación profunda y transversal, medir el impacto que generamos tanto en nuestra vida personal como en la profesional con nuestras empresas y organizaciones para poder mejorar su gestión.
Debemos hacernos cargo de las huellas, de los impactos que generamos desde nuestra vida cotidiana y en el ámbito profesional, en la forma en que producimos y gerenciamos nuestros recursos para buscar soluciones innovadoras y creativas que contribuyan a la sostenibilidad del planeta y que podamos generar condiciones de vida digna para todos los seres humanos.
El trabajo perseverante a favor de la sostenibilidad construye paz, paz con nuestros ecosistemas y paz con los entornos sociales y económicos, al crear mejores y más seguras condiciones de vida y trabajo para las poblaciones.
Un documento preparado por la Business & Sustainable Development Commission demuestra que los retos globales deberían formar parte de la estrategia de crecimiento de cualquier compañía ya que si logramos incorporar acciones en favor de la sostenibilidad, abriríamos nuevas oportunidades de negocios y de trabajo que ellos calculan en $12 trillones y 380 millones de empleos, respectivamente, para el 2030 y en solo cuatro sectores de la economía.
Todo esto demuestra la insuficiencia del limitado planteamiento de Friedman sobre las obligaciones de las empresas y ayuda a entender el rol preponderante del sector empresarial como motor del desarrollo sostenible.
Al fin y al cabo la capacidad y disposición de las empresas de enfrentar los grandes retos globales empiezan por aspectos individuales como el liderazgo y el coraje moral. Como dice John Mackie fundador de la empresa “Whole foods” “una empresa solo es tan consciente como lo es su líder”.
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